por: Oliver E. Lopez
Vivo y duermo con una espalda,
a veces es cálida y ancha
otras veces tierna y angosta,
reclama,
se aleja,
es exigente,
hay que mantenerla al día
sobándole los músculos y acomodando sus huesos.
Le he visto el rostro de vez en cuando
reflejada por el espejo,
es larga, se deja caer por entre mis manos
si la aprieto un poco de más suelta un grito eufórico,
si la aprieto de menos derrama lágrimas a granel.
Cada noche me pego y apego mi espalda,
no la suelto,
la olvido entre sueños pero no la suelto,
aunque ella crea que soy cadáver.
La espalda no permite mínimo reclamo,
en la soledad de la vigilia,
la pesadez de la nausea
la espalda insiste en que vive sola
abandonada.