El pensamiento
estético en Ortega y Gasset.
Perspectivismo,
objetivismo y vitalismo
Oliver
Eduardo López Martínez
I
El idealismo se
concreta en la filosofía Kantiana en donde el espacio y el tiempo no son
propiedades de las cosas, sino producto anterior a nuestra sensibilidad; luego
la realidad será producto del sujeto que conoce. Este idealismo es puesto en la
filosofía de Ortega y Gasset como relativismo, si hay una multiplicidad de
sujetos habrá una multiplicidad de realidades, de verdades; la verdad en tanto
que reflejo de lo que las cosas son debe ser una. En el caso del idealismo la
verdad, pues, no existe: no hay más que verdades relativas a la condición de
cada sujeto.
La
postura de Ortega y Gasset es conciliatoria entre la distancia del sujeto con
las cosas, es decir, ni yo solo en el mundo ni las cosas solas en el mundo, más
bien “el quehacer del yo con las cosas”[1].
Esta postura conciliatoria Ortega la coloca en la vida. Racionalismo y
relativismo se excluyen mutuamente. El racionalismo apela a la verdad pero
niega la vida, es decir, apuesta por lo seguro, por lo inamovible, en cambio el
relativismo acepta las contradicciones de la vida dejando escapar la
inmutabilidad de la verdad. Dice Ortega:
Nosotros
no podemos alojar nuestro espíritu en ninguna de las dos posiciones: cuando lo
ensayamos, nos parece que sufrimos una mutilación […]. Es inconsecuente
guillotinar al príncipe y sustituirle por el principio. Bajo éste, no menos que
con aquel, queda la vida supeditada a un régimen absoluto. Y esto es
precisamente lo que no puede ser: ni el absolutismo racionalista —que salva a la
razón y nulifica la vida— ni el relativismo, que salva la vida evaporando la
razón [2].
Es
innegable el uso de la razón, no podemos dejar de ser racionales, no se trata
devolver al salvajismo de Rousseau en el que predomine el instinto salvaje, la
razón ha costado, le ha costado a la historia. La actitud de Ortega es la de
una ironía inversa a la de Sócrates. El griego buscaba normas racionales,
Ortega propone guiarse por la espontaneidad
de la vida, colocarla como lo primario, considerando que también la
racionalidad es una función vital. “El tema
de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la vitalidad […]. La
misión del tiempo nuevo es precisamente convertir la relación y mostrar que es
la cultura, la razón, el arte, la ética quienes han de servir a la vida.”[3]
En
una arriesgada síntesis diremos que Ortega y Gasset hace de la racionalidad un
atributo de la vida y el relativismo del conocimiento lo sitúa como
perspectivismo. Lo que conocemos son puntos de vista, “la perspectiva es uno de
los componentes de la realidad”[4].
Lo que propone es que si dos individuos observan un mismo paisaje ambos van a
ver cosas diferentes y van a establecer juicios diferentes, pero no por ello el
uno va a negar la visión del otro ni ambos van a considerar ilusión lo que ven,
tampoco van a coincidir porque “una realidad que vista desde cualquier punto
resultase siempre idéntica es un concepto absurdo”[5].
La individualidad será el compuesto de la verdad, en las múltiples perspectivas
estará determinada la realidad, y este ejercicio es una función vital. “La
razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, aquella donde se
localice y adquiera movilidad y fuerza de trasformación.”[6]
II
En cuanto a la estética es difícil seguir las
ideas de Ortega y Gasset, sobre todo por la amplia producción que tiene y
porque en casi la mayoría de sus textos toca temas referentes al arte y la
estética aunque no son su tema principal, pues, según Fernando Salmerón, la
preocupación central de Ortega es “el problema de España”[7]. Aun así dedicó varias
páginas a la estética, sobre todo a la crítica literaria y a la crítica de
arte, de ello tenemos constancia en una de las tantas ediciones de La deshumanización del arte[8], en la que se incluyen otros ensayos de
estética, además de los doce tomos que conforman las Obras completas. Para no desplazarnos sin rumbo por toda la obra de
Ortega, centrémonos únicamente en La
deshumanización del arte y otros ensayos y en el tomo VI de las Obras completas, especialmente en Prólogos,
donde encontramos los textos Ensayo de
estética a manera de prólogo e Introducción a una Estimativa; ¿Qué son los
valores?
Para Ortega la cuestión
del arte y la estética está en estrecha relación con su filosofía vital y con
el perspectivismo, la obra de arte es un punto de vista, una cuestión
subjetiva, la estética, que es otra cosa que el arte pero que tiene que ver con
él, es una ciencia, cuestión objetiva; por tanto la estética será considerada
como una rama de la axiología, tema que trata en Introducción a una
Estimativa: ¿Qué son los valores?
El valor es un algo
irreductible y distinto a los otros ámbitos del ser, Ortega contrapone dos
tesis tomadas de Alexius Meinong y Christian Von
Ehrenfels,
el primero dice que el valor depende del agrado que producen las cosas, el
segundo dice que la cosa es valiosa porque es deseada. Pero en el fondo ambas
posiciones son subjetivistas y psicologistas. Lo que busca Ortega es la
objetividad y dice que “los valores tienen su validez antes e
independientemente de que funcionen como metas de nuestro interés y nuestros
sentimientos”[9].
Ortega está tentado a
compartir la idea de Alexius Meignon, de que el objeto valioso es el que nos
agrada y que por lo tanto tiene un valor negativo lo que nos desagrada, en ese
sentido el valor llega a ser la proyección del agrado o desagrado subjetivo
sobre el objeto. Entonces señala que cuando sentimos agrado es por algo que
agrada, luego eso que agrada tiene una condición objetiva y en consecuencia no
es el sujeto el que da valor a las cosas, sino todo lo contrario, él es quien
lo recibe en el agrado. Pone como ejemplo el
Pensieroso como objeto al que le preguntamos qué cosa es esa que estoy
contemplando.
Más el Pensieroso es un nuevo objeto de calidad
incomparable con quien nos sentimos en relación merced a aquel objeto de
fantasía. Empieza justamente en donde acaba toda imagen. No es la blancura de
ese mármol, ni estas líneas y formas, sino aquello a que todo esto alude, y que
hallamos súbitamente ante nosotros con
una presencia de tal suerte plenaria que sólo podríamos describirla con estas
palabras: absoluta presencia.[10]
Valorar no es dar sino
reconocer un valor que tiene el objeto, por eso el sentimiento de agrado o
desagrado no convierte la cosa en valiosa, sino inversamente, el sentimiento es
una consecuencia del valor del objeto. Y no se trata de una proyección, como lo
diría Theodor Lipps, en donde pongo mis sentimientos en el objeto. “Esto es
evidentemente falso: me doy perfecta cuenta de que el Pensieroso es él y no yo, es su yo y no el mío.”[11]
A esto se añade que si
el valor dependiese del agrado que nos produce no podríamos considerar valiosas
las cosas inexistentes, las que aún no se han realizado, por ejemplo personas
que viven con ideales o proyectos futuros, situación que todo ser humano presenta,
pues vivimos la mayoría del tiempo pensando en un fin, al que consideramos
valioso. En resumen la teoría del agrado no quiere decir que en el deseo o
gusto por las cosas esté el valor, sino que al ser deseadas es porque merecen
ser deseadas. Ortega pretende ser objetivista, y considera que los valores
tienen validez independientemente del interés o valoración del sujeto, y aun
cuando éste no los desee o no los considere incorporados a algo, puede
reconocerlos.
En la filosofía de
Ortega los valores son una “sutil casta de objetividades que nuestra conciencia
encuentra fuera de sí, como encuentra los árboles y los hombres”[12], sin que esto quiera
decir que se perciban igual los valores que las cosas reales, pues comparte la
tesis de Husserl y Max Scheler al señalar el valor como cualidad irreal. “El
valor no es una cosa, sino que es tenido por ella.”[13]
Justamente tenemos que
considerar el valor de las cosas como algo que ellas poseen belleza, bondad,
etc., esto es, modos o cualidades de las cosas que no tienen que ver con su ser
óntico sino con su ser axiológico o valente. Dice Ortega que son “cualidades
sui generis. No se ven con los ojos, como los colores, ni siquiera se
entienden, como los números y los conceptos. La belleza de una estatua, la
justicia de un acto, la gracia de un perfil femenino no son cosas que quepa
entender o no entender. Sólo cabe sentirlas, y mejor, estimarlas o
desestimarlas”[14].
El hecho de ser el valor de las cosas una cualidad está implícitamente
señalando que es cualidad de algo.
En ocasiones, vemos la
cualidad sin conocer el substrato, la cosa que la posee y de quién es. En la
inquieta llanura marina divisamos a lo mejor una blancura que no sabemos si
pertenece a un velamen, a una roca o a una espuma lejana. En el caso de los valores,
la independencia es mayor. Sentimos con perfecta claridad la justicia perfecta,
sin que hasta ahora sepamos qué situación real podría realizarla sin resto.[15]
Desde el perpectivismo
de Ortega entendemos que no podemos tener nunca una visión íntegra de la
realidad; sin embargo, del valor sí la podemos alcanzar en su totalidad, pues
es que los objetos de la realidad son por naturaleza opacos a nuestra
percepción, en cambio los valores son naturalezas transparentes, se dejan ver
completos.
Al margen de las
consideraciones sobre la estética como ciencia hay que entender el valor de
agrado o desagrado con relación a la obra de arte. “La obra de arte nos agrada
con ese peculiar goce que llamamos estético por parecernos que nos hace patente
la intimidad de las cosas, su realidad ejecutiva frente a quien las otras
noticias de la ciencia parecen meros esquemas, remotas alusiones, sombras y
símbolos.”[16]
El arte para Ortega es irrealización. “Estilizar es deformar lo
real, desrealizar. Estilización implica deshumanización. Y viceversa, no hay
otra manera de deshumanizar que estilizar.”[17]
Así pues en toda posición, realista o idealista, la esencia del arte es
creación de una nueva objetividad que rompe con la realidad objetiva. De modo
que el arte viene a ser doblemente irreal, primero porque es arte, segundo
porque el objeto estético deshace la realidad. El modo peculiar de desrealizar
las cosas constituye el estilo; y como en esa desrealización se supedita la
imagen producida por el objeto a la forma subjetiva y sentimental, quien
estiliza es el sujeto.
Lejos de ir el pintor
más o menos hacia la realidad, se ve que ha ido contra ella. Se ha propuesto
denodadamente deformarla, romper su aspecto humano, deshumanizarla. Con las
cosas representadas en el cuadro tradicional podríamos ilusoriamente convivir.
De la Gioconda se han enamorado
muchos ingleses. Con las cosas representadas en el cuadro nuevo es imposible la
convivencia: al extirparles su aspecto de realidad vivida, el pintor ha cortado
el puente y quemado las naves que podían transportarnos a nuestro mundo
habitual. Nos deja encerrados en un universo abstruso, nos fuerza a tratar con
objetos con los que no cabe tratar
humanamente. Tenemos, pues, que improvisar otra forma de trato por
completo distinto del usual vivir las
cosas; hemos de crear e inventar actos inéditos que sean adecuados a aquellas
figuras insólitas. Esta nueva vida, esta vida inventada previa anulación de la
espontánea, es precisamente la comprensión y el goce estético. [18]
Por eso es que en el
arte se nos da un objeto que reúne la doble condición de ser transparente y de
que lo que en él trasparece no es otra cosa distinta sino él mismo. “Yo diría
que objeto estético y objeto metafórico son la misma cosa, o bien, que la
metáfora es el objeto estético elemental, la célula bella.”[19]
Se debe señalar que en La
deshumanización del arte enfoca el problema del arte nuevo. Dice que todo
arte nuevo resulta comprensible y adquiere cierta dosis de grandeza cuando se
le interpreta como un ensayo de crear puerilidad en un mundo viejo. “Se va al
arte precisamente porque se le reconoce como farsa.”[20]
La deshumanización del arte tiene su punto de partida entre lo que no es
popular y lo que es impopular en materia de arte; el arte nuevo no es popular,
pero tampoco impopular. Confronta el romanticismo, que conquistó la masa
social, al arte nuevo, que tiene al gran público en contra. El fenómeno social
que se produce en relación a las nuevas manifestaciones del arte separa a los
individuos en dos posiciones antagónicas; en un lado –una minoría– están los
que gustan de él, el nuevo arte; en otro lado –la mayoría– los que no les gusta
porque no lo entienden. La masa popular estima la irrealidad y fantasía del
arte en tanto no atenta a las normas humanas, pero cuando los elementos
puramente estéticos se interfieren no permitiendo su intervención sentimental
la obra pierde todo sentido e interés. Sin embargo en los Papeles de
Velázquez y Goya, refiriéndose a la pintura que cuando se produce un cambio
del revés en el arte significa que una parte decisiva del público está
dispuesta a que se cambien las formas y ser ella quien se adapte a las
predilecciones del pintor como técnico[21].
En el ensayo Sobre el punto de vista de las artes: Es
posible que el arte actual tenga poco valor estético; pero quien no vea en él
sino un capricho, puede estar seguro de no haber comprendido ni el arte nuevo
ni el viejo. La evolución conducía la pintura –y en general el arte–,
inexorablemente, fatalmente, a lo que es hoy[22]. De todos modos, si no
existe un arte puro, aunque sea imposible un arte puro, a decir de Ortega no
hay duda alguna de que cabe una tendencia a la purificación del arte. “Como
sólo arte, sin más pretensión.”[23]
¿Qué entiende Ortega por
deshumanizar el arte? Quiere señalar
que así como el artista tradicional mira siempre hacia el objeto humano, de
modo que los objetos en sus obras tienen el mismo aspecto del objeto de la
realidad vivida, el artista contemporáneo, por el contrario, se aparta de la realidad
natural humana, y mira opuestamente en la otra dirección, a la de los esquemas
subjetivos que se forman como contraparte de la naturaleza, de ahí que deforme
y deshumanice, “en donde el contenido humano de la obra sea tan escaso que casi
no se le vea”[24].
Los sentimientos y pasiones que despierta el nuevo arte corresponden a otro
modo psíquico distinto.
Tenemos una idea de lo
real, pero la idea no lo contiene totalmente, pues lo real se desborda más
allá. Conocemos lo real por nuestras ideas, y llegamos a identificar una cosa
con otra, produciendo, en consecuencia, una idealización de la realidad. Dice
Ortega
Volviéndonos de espaldas
a la presunta realidad tomamos las ideas según son –meros esquemas subjetivos–
y las hacemos vivir como tales, con su perfil anguloso, enteco, pero
transparente y puro –en suma, si nos proponemos deliberadamente realizar las
ideas– habremos deshumanizado, desrealizado éstas. Porque ellas son en efecto
irrealidad. Tomarlas como realidad es idealizar –falsificar ingenuamente–. Hacerlas
vivir en su irrealidad misma es digámoslo así, realizar lo irreal en cuanto
irreal. Aquí no vamos de la mente al mundo, sino al revés, damos plasticidad,
objetivamos, mundificamos los esquemas, lo interno y subjetivo.[25]
El arte contemporáneo
intenta realizar esa deshumanización, y ello explica la dificultad del gran
público ante la inversión perspectiva. Es un arte que deshumaniza, que se fuga
de la realidad, que es hostil a las interpretaciones tradicionales, por eso
vuelve al primitivismo ausente de tradición.
Ya lo hemos dicho
arriba, la posición de Ortega en cuanto a la teoría de los valores es
objetivista y relativista, consecuente con su filosofía de la vida y de lo
concreto, así como con su doctrina del punto de vista o perspectivismo. Las species
aeternitates de Spinoza, el punto de vista ubicuo, absoluto, no existe
propiamente: es un punto de vista ficticio y abstracto.[26]
Esa consecuencia con el
perspectivismo lo lleva a señalar objetividad a los valores, pero no a
considerarlos como absolutos. Visto así el valor, como cualidad de las cosas,
las que no ofrecen más que un punto de vista a cada hombre, es por consecuencia
relativo, con un relativismo encubierto bajo la forma de perspectiva. Esta
coincidencia de lo objetivo con lo relativo tiene el antecedente que ya hemos
señalado desde Kant, aunque en sentido inverso, en la concepción kantiana se
supone lo subjetivo estético elevándose a la categoría universal cuando
persigue “una finalidad sin fin”[27]. Mientras en Kant lo
subjetivo se hace absoluto, en Ortega y Gasset lo objetivo se hace relativo.
Sin lugar a duda la
pretensión de Ortega queda clara, lo que nos hace ver es el individualismo del
arte nuevo, y en ello el punto medular de su estética, a la par con su visión
filosófica perspectivista. El hecho de mirar a su propia subjetividad hace
posible al artista asumir una posición perspectivista, única y exclusiva de él.
“Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad
omnímoda y absoluta.”[28]
III
A esta filosofía
se atiene Samuel Ramos y su generación en México, desde la perspectiva vital de
su circunstancia plantea una realidad propia, la mexicana, y una estética
propia, la de la vida artística. Según Ortega y Gasset la realidad y la verdad
están compuestas desde las múltiples perspectivas que tiene el sujeto en
relación con su circunstancia, la vida
es ese estar con el mundo, ser en el mundo, el quehacer del hombre en el mundo
es la vida, es pues la razón vital.
Esa vitalidad o más bien ese vitalismo tiene que estar emparentado con la
historia, tiene que ser también histórico, pues la recreación que hace el
sujeto desde el perspectivismo no es algo atemporal sino que sucede en el
tiempo. Por eso conocer la historia es conocer también la vida.
Hemos
dicho que de las ideas de José Ortega y Gasset parte el pensamiento de Samuel
Ramos, añadiéndole además influencia de otros autores su toque propio. Es
notorio su toque perspectivita o historicista cuando hace un recuento histórico
de las ideas para purificar las propias, para actualizarlas. En El perfil del hombre y la cultura en México,
la historia es lo que define el carácter del mexicano, allí radica su esencia.
Para dejar en claro cuál es el nuevo humanismo que se requiere para liberar al
mexicano igualmente Samuel Ramos recuerda los conceptos de humanismo por los
que se ha pasado en la historia en Hacia
un nuevo humanismo para así llegar a un humanismo mexicano, o sea, plantear
la circunstancia humanística del mexicano. De igual forma en Filosofía de la vida artística la
historia se hace presente para contextualizar el concepto de estética y así
encontrar una estética como vida
artística, siguiendo las ideas de Ortega de que el arte es otra cosa
diferente de la vida común, está alejado de ella, pero, aun así, es parte de la
vida misma. Ortega dice deshumanizado,
Ramos dice vida artística. Finalmente
el tema de los valores, lo valioso es el tema central de la estética de Ramos,
especialmente porque el valor es la característica esencial del objeto estético
así como lo es del sujeto estético. Baste la lectura de Filosofía de la vid artística para encontrar esta línea de reflexión.
[1]
Marías, Julián, Historia de la filosofía, Alianza,
México,1993, p. 346.
[2]
Ortega y Gasset, Obras Completas, Tomo III, “Tema de
nuestro tiempo”, Alianza, España, 1994 p. 163.
[3]
Ortega y Gasset, Op. Cit., p. 178.
[4] Ibidem, p. 199.
[5] Idem.
[6] Ibidem, p. 201.
[7] Salmerón,
Fernando. Las mocedades de Ortega y Gasset,
UNAM, México, 1983, p. 129.
[8] Ortega
y Gasset, La deshumanización del arte y
otros ensayos de estética, Espasa-Calpe, España, 2008.
[9] Ortega
y Gasset, José, Obras completas, Tomo
VI, “Prólogos (1914-1943)” Alianza, España, 1983,
p.328.
[10] Ortega
y Gasset, José, La deshumanización… Op.
Cit., “Ensayo de estética a manera de prólogo”, p. 137.
[11] Idem.
[12] Ortega
y Gasset, José, Obras… Op. Cit., p. 329.
[13] Idem.
[14] Ibidem, p. 331.
[15] Ibidem, p.
333.
[16] Ortega
y Gasset, José, La deshumanización… Op.
Cit., p. 138.
[17] Ibidem, p. 63.
[18] Ibidem, p. 60.
[19] Ibidem, p.
139.
[20] Ibidem, pp.
63 y 80.
[21] Cfr., Ortega y Gasset, José, La deshumanización del arte; Velázquez Goya, Porrúa, México, 1992,
p. 227.
[22] Ortega
y Gasset, José, La deshumanización… Op.
Cit., “Sobre el punto de vista en las artes”, p. 174.
[23] Ortega
y Gasset, José, La deshumanización… Op.
Cit., “La deshumanización del arte”, p. 84.
[24] Ibidem, p.52.
[25] Ibidem, pp.
72-73.
[26] Ortega
y Gasset, José, Obras… Op. Cit, Tomo
III, “Tema de nuestro tiempo”, p. 199.
[27] Kant, Crítica del Juicio, Porrúa, México,
1997, p. 231.
[28] Ortega
y Gasset, José, Obras… Op. Cit., Tomo III, p. 202.