Es difícil describir lo que vi y
sentí aquella madrugada cuando entré por séptima vez en aquella habitación.
Iluminado mi caminar por la poca luz de la lámpara que llevaba en la mano logré
acercarme a la cama, estaba desordenada. Alcé la mano para poder iluminar más
con la luz y vi su rostro recargado en la almohada, con los ojos cerrados se
advertía un sueño profundo que jamás iba a notar mi presencia. Retiré la luz
hacia abajo para no despertarla y fui recorriendo lentamente su cuerpo cubierto
por una delgada sabana. Unos centímetros más abajo y ya no había más tela que
le cubriera. Ahí había piel. Nuevamente alcé la lámpara para poder definir lo
que estaba viendo. Era la denudes más esplendida asomándose por entre la sábana.
Se contorneaba una pierna suave desde la cintura. Podría verse parte de la ropa
interior hasta el hueso del tobillo. ¡Qué estremecimiento! ¿Qué era aquella
lujuria de la cual fui invadido? ¿Era acaso la desnudes de una pierna iluminada
en la remanente oscuridad, o todo aquello que no se alcanzaba a ver? Un cuerpo
completo, semidesnudo. Quise tocarla, palparla, saborearla. Me limite a observar
retirándome despacio, víctima del deseo, mis impulsos se habían iluminado de
aquella presencia, mis ganas de tomarla accedían ante mi como humo que se
esparce hacia las alturas, entraba y se iba. Apagué la luz y cerré la puerta.
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