octubre 27, 2014

El pensamiento estético en Ortega y Gasset.
Perspectivismo, objetivismo y vitalismo


Oliver Eduardo López Martínez

I
El idealismo se concreta en la filosofía Kantiana en donde el espacio y el tiempo no son propiedades de las cosas, sino producto anterior a nuestra sensibilidad; luego la realidad será producto del sujeto que conoce. Este idealismo es puesto en la filosofía de Ortega y Gasset como relativismo, si hay una multiplicidad de sujetos habrá una multiplicidad de realidades, de verdades; la verdad en tanto que reflejo de lo que las cosas son debe ser una. En el caso del idealismo la verdad, pues, no existe: no hay más que verdades relativas a la condición de cada sujeto.
La postura de Ortega y Gasset es conciliatoria entre la distancia del sujeto con las cosas, es decir, ni yo solo en el mundo ni las cosas solas en el mundo, más bien “el quehacer del yo con las cosas”[1]. Esta postura conciliatoria Ortega la coloca en la vida. Racionalismo y relativismo se excluyen mutuamente. El racionalismo apela a la verdad pero niega la vida, es decir, apuesta por lo seguro, por lo inamovible, en cambio el relativismo acepta las contradicciones de la vida dejando escapar la inmutabilidad de la verdad. Dice Ortega:
Nosotros no podemos alojar nuestro espíritu en ninguna de las dos posiciones: cuando lo ensayamos, nos parece que sufrimos una mutilación […]. Es inconsecuente guillotinar al príncipe y sustituirle por el principio. Bajo éste, no menos que con aquel, queda la vida supeditada a un régimen absoluto. Y esto es precisamente lo que no puede ser: ni el absolutismo racionalista —que salva a la razón y nulifica la vida— ni el relativismo, que salva la vida evaporando la razón [2].

Es innegable el uso de la razón, no podemos dejar de ser racionales, no se trata devolver al salvajismo de Rousseau en el que predomine el instinto salvaje, la razón ha costado, le ha costado a la historia. La actitud de Ortega es la de una ironía inversa a la de Sócrates. El griego buscaba normas racionales, Ortega propone guiarse por la espontaneidad  de la vida, colocarla como lo primario, considerando que también la racionalidad es una función vital. “El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la vitalidad […]. La misión del tiempo nuevo es precisamente convertir la relación y mostrar que es la cultura, la razón, el arte, la ética quienes han de servir a la vida.”[3]
En una arriesgada síntesis diremos que Ortega y Gasset hace de la racionalidad un atributo de la vida y el relativismo del conocimiento lo sitúa como perspectivismo. Lo que conocemos son puntos de vista, “la perspectiva es uno de los componentes de la realidad”[4]. Lo que propone es que si dos individuos observan un mismo paisaje ambos van a ver cosas diferentes y van a establecer juicios diferentes, pero no por ello el uno va a negar la visión del otro ni ambos van a considerar ilusión lo que ven, tampoco van a coincidir porque “una realidad que vista desde cualquier punto resultase siempre idéntica es un concepto absurdo”[5]. La individualidad será el compuesto de la verdad, en las múltiples perspectivas estará determinada la realidad, y este ejercicio es una función vital. “La razón pura tiene que ser sustituida por una razón vital, aquella donde se localice y adquiera movilidad y fuerza de trasformación.”[6]

II
En cuanto a la estética es difícil seguir las ideas de Ortega y Gasset, sobre todo por la amplia producción que tiene y porque en casi la mayoría de sus textos toca temas referentes al arte y la estética aunque no son su tema principal, pues, según Fernando Salmerón, la preocupación central de Ortega es “el problema de España”[7]. Aun así dedicó varias páginas a la estética, sobre todo a la crítica literaria y a la crítica de arte, de ello tenemos constancia en una de las tantas ediciones de La deshumanización del arte[8], en la que se incluyen otros ensayos de estética, además de los doce tomos que conforman las Obras completas. Para no desplazarnos sin rumbo por toda la obra de Ortega, centrémonos únicamente en La deshumanización del arte y otros ensayos y en el tomo VI de las Obras completas, especialmente en Prólogos, donde encontramos los textos Ensayo de estética a manera de prólogo e Introducción a una Estimativa; ¿Qué son los valores?
Para Ortega la cuestión del arte y la estética está en estrecha relación con su filosofía vital y con el perspectivismo, la obra de arte es un punto de vista, una cuestión subjetiva, la estética, que es otra cosa que el arte pero que tiene que ver con él, es una ciencia, cuestión objetiva; por tanto la estética será considerada como una rama de la axiología, tema que trata en Introducción a una Estimativa: ¿Qué son los valores?
El valor es un algo irreductible y distinto a los otros ámbitos del ser, Ortega contrapone dos tesis tomadas de Alexius Meinong y Christian Von Ehrenfels, el primero dice que el valor depende del agrado que producen las cosas, el segundo dice que la cosa es valiosa porque es deseada. Pero en el fondo ambas posiciones son subjetivistas y psicologistas. Lo que busca Ortega es la objetividad y dice que “los valores tienen su validez antes e independientemente de que funcionen como metas de nuestro interés y nuestros sentimientos”[9].
Ortega está tentado a compartir la idea de Alexius Meignon, de que el objeto valioso es el que nos agrada y que por lo tanto tiene un valor negativo lo que nos desagrada, en ese sentido el valor llega a ser la proyección del agrado o desagrado subjetivo sobre el objeto. Entonces señala que cuando sentimos agrado es por algo que agrada, luego eso que agrada tiene una condición objetiva y en consecuencia no es el sujeto el que da valor a las cosas, sino todo lo contrario, él es quien lo recibe en el agrado. Pone como ejemplo el Pensieroso como objeto al que le preguntamos qué cosa es esa que estoy contemplando.
Más el Pensieroso es un nuevo objeto de calidad incomparable con quien nos sentimos en relación merced a aquel objeto de fantasía. Empieza justamente en donde acaba toda imagen. No es la blancura de ese mármol, ni estas líneas y formas, sino aquello a que todo esto alude, y que hallamos súbitamente  ante nosotros con una presencia de tal suerte plenaria que sólo podríamos describirla con estas palabras: absoluta presencia.[10]

Valorar no es dar sino reconocer un valor que tiene el objeto, por eso el sentimiento de agrado o desagrado no convierte la cosa en valiosa, sino inversamente, el sentimiento es una consecuencia del valor del objeto. Y no se trata de una proyección, como lo diría Theodor Lipps, en donde pongo mis sentimientos en el objeto. “Esto es evidentemente falso: me doy perfecta cuenta de que el Pensieroso es él y no yo, es su yo y no el mío.”[11]
A esto se añade que si el valor dependiese del agrado que nos produce no podríamos considerar valiosas las cosas inexistentes, las que aún no se han realizado, por ejemplo personas que viven con ideales o proyectos futuros, situación que todo ser humano presenta, pues vivimos la mayoría del tiempo pensando en un fin, al que consideramos valioso. En resumen la teoría del agrado no quiere decir que en el deseo o gusto por las cosas esté el valor, sino que al ser deseadas es porque merecen ser deseadas. Ortega pretende ser objetivista, y considera que los valores tienen validez independientemente del interés o valoración del sujeto, y aun cuando éste no los desee o no los considere incorporados a algo, puede reconocerlos.
En la filosofía de Ortega los valores son una “sutil casta de objetividades que nuestra conciencia encuentra fuera de sí, como encuentra los árboles y los hombres”[12], sin que esto quiera decir que se perciban igual los valores que las cosas reales, pues comparte la tesis de Husserl y Max Scheler al señalar el valor como cualidad irreal. “El valor no es una cosa, sino que es tenido por ella.”[13]
Justamente tenemos que considerar el valor de las cosas como algo que ellas poseen belleza, bondad, etc., esto es, modos o cualidades de las cosas que no tienen que ver con su ser óntico sino con su ser axiológico o valente. Dice Ortega que son “cualidades sui generis. No se ven con los ojos, como los colores, ni siquiera se entienden, como los números y los conceptos. La belleza de una estatua, la justicia de un acto, la gracia de un perfil femenino no son cosas que quepa entender o no entender. Sólo cabe sentirlas, y mejor, estimarlas o desestimarlas”[14]. El hecho de ser el valor de las cosas una cualidad está implícitamente señalando que es cualidad de algo.

En ocasiones, vemos la cualidad sin conocer el substrato, la cosa que la posee y de quién es. En la inquieta llanura marina divisamos a lo mejor una blancura que no sabemos si pertenece a un velamen, a una roca o a una espuma lejana. En el caso de los valores, la independencia es mayor. Sentimos con perfecta claridad la justicia perfecta, sin que hasta ahora sepamos qué situación real podría realizarla sin resto.[15]

Desde el perpectivismo de Ortega entendemos que no podemos tener nunca una visión íntegra de la realidad; sin embargo, del valor sí la podemos alcanzar en su totalidad, pues es que los objetos de la realidad son por naturaleza opacos a nuestra percepción, en cambio los valores son naturalezas transparentes, se dejan ver completos.
Al margen de las consideraciones sobre la estética como ciencia hay que entender el valor de agrado o desagrado con relación a la obra de arte. “La obra de arte nos agrada con ese peculiar goce que llamamos estético por parecernos que nos hace patente la intimidad de las cosas, su realidad ejecutiva frente a quien las otras noticias de la ciencia parecen meros esquemas, remotas alusiones, sombras y símbolos.”[16]
El arte para Ortega es irrealización. “Estilizar es deformar lo real, desrealizar. Estilización implica deshumanización. Y viceversa, no hay otra manera de deshumanizar que estilizar.”[17] Así pues en toda posición, realista o idealista, la esencia del arte es creación de una nueva objetividad que rompe con la realidad objetiva. De modo que el arte viene a ser doblemente irreal, primero porque es arte, segundo porque el objeto estético deshace la realidad. El modo peculiar de desrealizar las cosas constituye el estilo; y como en esa desrealización se supedita la imagen producida por el objeto a la forma subjetiva y sentimental, quien estiliza es el sujeto.
Lejos de ir el pintor más o menos hacia la realidad, se ve que ha ido contra ella. Se ha propuesto denodadamente deformarla, romper su aspecto humano, deshumanizarla. Con las cosas representadas en el cuadro tradicional podríamos ilusoriamente convivir. De la Gioconda se han enamorado muchos ingleses. Con las cosas representadas en el cuadro nuevo es imposible la convivencia: al extirparles su aspecto de realidad vivida, el pintor ha cortado el puente y quemado las naves que podían transportarnos a nuestro mundo habitual. Nos deja encerrados en un universo abstruso, nos fuerza a tratar con objetos  con los que no cabe tratar humanamente. Tenemos, pues, que improvisar otra forma de trato por completo  distinto del usual vivir las cosas; hemos de crear e inventar actos inéditos que sean adecuados a aquellas figuras insólitas. Esta nueva vida, esta vida inventada previa anulación de la espontánea, es precisamente la comprensión y el goce estético. [18]

Por eso es que en el arte se nos da un objeto que reúne la doble condición de ser transparente y de que lo que en él trasparece no es otra cosa distinta sino él mismo. “Yo diría que objeto estético y objeto metafórico son la misma cosa, o bien, que la metáfora es el objeto estético elemental, la célula bella.”[19]
Se debe señalar que en La deshumanización del arte enfoca el problema del arte nuevo. Dice que todo arte nuevo resulta comprensible y adquiere cierta dosis de grandeza cuando se le interpreta como un ensayo de crear puerilidad en un mundo viejo. “Se va al arte precisamente porque se le reconoce como farsa.”[20]
La deshumanización del arte tiene su punto de partida entre lo que no es popular y lo que es impopular en materia de arte; el arte nuevo no es popular, pero tampoco impopular. Confronta el romanticismo, que conquistó la masa social, al arte nuevo, que tiene al gran público en contra. El fenómeno social que se produce en relación a las nuevas manifestaciones del arte separa a los individuos en dos posiciones antagónicas; en un lado –una minoría– están los que gustan de él, el nuevo arte; en otro lado –la mayoría– los que no les gusta porque no lo entienden. La masa popular estima la irrealidad y fantasía del arte en tanto no atenta a las normas humanas, pero cuando los elementos puramente estéticos se interfieren no permitiendo su intervención sentimental la obra pierde todo sentido e interés. Sin embargo en los Papeles de Velázquez y Goya, refiriéndose a la pintura que cuando se produce un cambio del revés en el arte significa que una parte decisiva del público está dispuesta a que se cambien las formas y ser ella quien se adapte a las predilecciones del pintor como técnico[21].
En el ensayo Sobre el punto de vista de las artes: Es posible que el arte actual tenga poco valor estético; pero quien no vea en él sino un capricho, puede estar seguro de no haber comprendido ni el arte nuevo ni el viejo. La evolución conducía la pintura –y en general el arte–, inexorablemente, fatalmente, a lo que es hoy[22]. De todos modos, si no existe un arte puro, aunque sea imposible un arte puro, a decir de Ortega no hay duda alguna de que cabe una tendencia a la purificación del arte. “Como sólo arte, sin más pretensión.”[23]
¿Qué entiende Ortega por deshumanizar el arte? Quiere señalar que así como el artista tradicional mira siempre hacia el objeto humano, de modo que los objetos en sus obras tienen el mismo aspecto del objeto de la realidad vivida, el artista contemporáneo, por el contrario, se aparta de la realidad natural humana, y mira opuestamente en la otra dirección, a la de los esquemas subjetivos que se forman como contraparte de la naturaleza, de ahí que deforme y deshumanice, “en donde el contenido humano de la obra sea tan escaso que casi no se le vea”[24]. Los sentimientos y pasiones que despierta el nuevo arte corresponden a otro modo psíquico distinto.
Tenemos una idea de lo real, pero la idea no lo contiene totalmente, pues lo real se desborda más allá. Conocemos lo real por nuestras ideas, y llegamos a identificar una cosa con otra, produciendo, en consecuencia, una idealización de la realidad. Dice Ortega
Volviéndonos de espaldas a la presunta realidad tomamos las ideas según son –meros esquemas subjetivos– y las hacemos vivir como tales, con su perfil anguloso, enteco, pero transparente y puro –en suma, si nos proponemos deliberadamente realizar las ideas– habremos deshumanizado, desrealizado éstas. Porque ellas son en efecto irrealidad. Tomarlas como realidad es idealizar –falsificar ingenuamente–. Hacerlas vivir en su irrealidad misma es digámoslo así, realizar lo irreal en cuanto irreal. Aquí no vamos de la mente al mundo, sino al revés, damos plasticidad, objetivamos, mundificamos los esquemas, lo interno y subjetivo.[25]

El arte contemporáneo intenta realizar esa deshumanización, y ello explica la dificultad del gran público ante la inversión perspectiva. Es un arte que deshumaniza, que se fuga de la realidad, que es hostil a las interpretaciones tradicionales, por eso vuelve al primitivismo ausente de tradición.
Ya lo hemos dicho arriba, la posición de Ortega en cuanto a la teoría de los valores es objetivista y relativista, consecuente con su filosofía de la vida y de lo concreto, así como con su doctrina del punto de vista o perspectivismo. Las species aeternitates de Spinoza, el punto de vista ubicuo, absoluto, no existe propiamente: es un punto de vista ficticio y abstracto.[26]
Esa consecuencia con el perspectivismo lo lleva a señalar objetividad a los valores, pero no a considerarlos como absolutos. Visto así el valor, como cualidad de las cosas, las que no ofrecen más que un punto de vista a cada hombre, es por consecuencia relativo, con un relativismo encubierto bajo la forma de perspectiva. Esta coincidencia de lo objetivo con lo relativo tiene el antecedente que ya hemos señalado desde Kant, aunque en sentido inverso, en la concepción kantiana se supone lo subjetivo estético elevándose a la categoría universal cuando persigue “una finalidad sin fin”[27]. Mientras en Kant lo subjetivo se hace absoluto, en Ortega y Gasset lo objetivo se hace relativo.


Sin lugar a duda la pretensión de Ortega queda clara, lo que nos hace ver es el individualismo del arte nuevo, y en ello el punto medular de su estética, a la par con su visión filosófica perspectivista. El hecho de mirar a su propia subjetividad hace posible al artista asumir una posición perspectivista, única y exclusiva de él. “Yuxtaponiendo las visiones parciales de todos se lograría tejer la verdad omnímoda y absoluta.”[28]

III
A esta filosofía se atiene Samuel Ramos y su generación en México, desde la perspectiva vital de su circunstancia plantea una realidad propia, la mexicana, y una estética propia, la de la vida artística. Según Ortega y Gasset la realidad y la verdad están compuestas desde las múltiples perspectivas que tiene el sujeto en relación con su circunstancia, la vida es ese estar con el mundo, ser en el mundo, el quehacer del hombre en el mundo es la vida, es pues la razón vital. Esa vitalidad o más bien ese vitalismo tiene que estar emparentado con la historia, tiene que ser también histórico, pues la recreación que hace el sujeto desde el perspectivismo no es algo atemporal sino que sucede en el tiempo. Por eso conocer la historia es conocer también la vida.
Hemos dicho que de las ideas de José Ortega y Gasset parte el pensamiento de Samuel Ramos, añadiéndole además influencia de otros autores su toque propio. Es notorio su toque perspectivita o historicista cuando hace un recuento histórico de las ideas para purificar las propias, para actualizarlas. En El perfil del hombre y la cultura en México, la historia es lo que define el carácter del mexicano, allí radica su esencia. Para dejar en claro cuál es el nuevo humanismo que se requiere para liberar al mexicano igualmente Samuel Ramos recuerda los conceptos de humanismo por los que se ha pasado en la historia en Hacia un nuevo humanismo para así llegar a un humanismo mexicano, o sea, plantear la circunstancia humanística del mexicano. De igual forma en Filosofía de la vida artística la historia se hace presente para contextualizar el concepto de estética y así encontrar una estética como vida artística, siguiendo las ideas de Ortega de que el arte es otra cosa diferente de la vida común, está alejado de ella, pero, aun así, es parte de la vida misma. Ortega dice deshumanizado, Ramos dice vida artística. Finalmente el tema de los valores, lo valioso es el tema central de la estética de Ramos, especialmente porque el valor es la característica esencial del objeto estético así como lo es del sujeto estético. Baste la lectura de Filosofía de la vid artística  para encontrar esta línea de reflexión.



[1] Marías, Julián, Historia de la filosofía, Alianza, México,1993,  p. 346.
[2] Ortega y Gasset, Obras Completas, Tomo III, “Tema de nuestro tiempo”, Alianza, España, 1994 p. 163.
[3] Ortega y Gasset, Op. Cit., p. 178.
[4] Ibidem, p. 199.
[5] Idem.
[6] Ibidem, p. 201.
[7] Salmerón, Fernando. Las mocedades de Ortega y Gasset, UNAM, México, 1983, p. 129.
[8] Ortega y Gasset, La deshumanización del arte y otros ensayos de estética, Espasa-Calpe, España, 2008.
[9] Ortega y Gasset, José, Obras completas, Tomo VI, “Prólogos (1914-1943)” Alianza, España, 1983, p.328.
[10] Ortega y Gasset, José, La deshumanización… Op. Cit., “Ensayo de estética a manera de prólogo”,  p. 137.
[11] Idem.
[12] Ortega y Gasset, José, Obras… Op. Cit., p. 329.
[13] Idem.
[14] Ibidem, p. 331.
[15] Ibidem, p. 333.
[16] Ortega y Gasset, José, La deshumanización… Op. Cit., p. 138.
[17]  Ibidem, p. 63.
[18] Ibidem, p. 60.
[19] Ibidem, p. 139.
[20] Ibidem, pp. 63 y 80.
[21] Cfr., Ortega y Gasset, José, La deshumanización del arte; Velázquez Goya, Porrúa, México, 1992, p. 227.
[22] Ortega y Gasset, José, La deshumanización… Op. Cit., “Sobre el punto de vista en las artes”, p. 174.
[23] Ortega y Gasset, José, La deshumanización… Op. Cit., “La deshumanización del arte”, p. 84.
[24] Ibidem, p.52.
[25] Ibidem, pp. 72-73.
[26] Ortega y Gasset, José, Obras… Op. Cit, Tomo III, “Tema de nuestro tiempo”, p. 199.
[27] Kant, Crítica del Juicio, Porrúa, México, 1997, p. 231.
[28] Ortega y Gasset, José, Obras… Op. Cit., Tomo III, p. 202.