mayo 17, 2007

De los Tópicos Trópicos



De los Trópicos Tópicos
Por: Lucia Salcedo de Haro



Con su fotografía, Oliver López invita a ver el mundo de una manera distinta; detenerse en los detalles y observar en ellos significados diferentes a los que les da su entorno. Atenta contra el aburrimiento de lo cotidiano, al encontrar en éste la fiesta de la forma, del color, de lo que al separarse de su contexto o entrar en uno distinto al usual, se puede volver, incluso, absurdo, capaz de desperezar a cualquiera y arrancarle una sonrisa o una reflexión.

Partamos de dos definiciones más bien someras: los tópicos son lugares comunes; los trópicos, son empleos de las palabras en sentido distinto al usual, al darles un uso figurativo. En este caso, aplicaremos esto al lenguaje de las imágenes.

Vayamos, pues, a un lugar común: Oliver López es el transeúnte que hace un alto en el camino para oler una rosa; y de aquí, partamos al trópico: desecha la flor y se queda con el tallo, que a través de su mirada, se convierte, tal vez, en un paisaje desértico con dunas.

Con su lente, despoja a los objetos de su entorno; los descontextualiza de lo uno, para convertirlos en lo otro; así, los postes de una cerca ya no son la cerca, sino una formación de soldados de madera, o una fila de personas que esperan, pacientes, su pago quincenal. La imagen hará un guiño a cada persona, que le dará el significado que prefiera; vaya usted a saber si el autor de la fotografía le dio alguno de ellos, pero sencillamente, aquí, la valla ya no existe.

Al volver a los elementos de la imagen ajenos a su entorno, el tiempo se detiene; no, no se confunda esto con la verdad de Perogrullo de que la fotografía hace que se detenga el tiempo en la imagen; si usted, por ejemplo, toma una foto a su musa, pasados los años podrá compararla con la modelo, y verá que hay cambios notables: ésta subió algunos kilos o cambió el cabello de color.

Sin embargo, al haber desmembrado a sus modelos y elegir sólo una parte para inmortalizarla, Oliver López les ha quitado la vida, pero los objetos no yacen inánimes, sino que ahora ya no necesitan el paso del tiempo, ya no forman parte de él. El tiempo se cristaliza y pone un velo entre nuestra mirada atónita y lo que tras pasar por la lente, se vuelve irreal.

Pocas son las imágenes en las que hay una pose, acaso, algún burro acepta detenerse ante la cámara, con su acémila vanidad, para salir en la foto; o un cuchillo detiene su carrera punzocortante, para una vez escuchado el clic del artefacto, continuar con su marcha sangrienta.

Las demás, son sólo instantes captados en el camino, en la cotidianeidad de un fotógrafo que se niega a soltar su cámara para no perderse de inmortalizar momentos casi mágicos, como el amanecer en el que un tripié se confunde con el paisaje, o los zapatos que, ecuánimes, aceptan la tortura de la horma que los estira, los veja. Los zapatos ya nos son objetos utilitarios, tienen una vida propia, el espectador puede casi saber que están pensando.

No limitemos con lo anteriormente expuesto, toda esta obra de López en un concepto cuadrado; cada imagen es un mundo distinto, que se dispara a dimensiones que no podemos englobar con unas cuantas palabras, si acaso, en que a través de su mirada, los tópicos se vuelven trópicos.

1 comentario:

Bernardo Araujo dijo...

mi estimado... onde se consigue el nuevo libro del buen oscar

saludos