octubre 23, 2008

Cuarenta días para no callar

Por: Oliver E. López

I

Serpiente, déjame contarte el constante aleteo
de los sueños tan pesados,
a la hora que desnuda se despoja del desespero, serpiente,
un alma que no lo es sin la tribulación.
Y partamos de la noche a la calle
para resbalar otra vez el beso que como la memoria es invención,
mientras las sábanas revueltas cobijan
el aliento de su embriaguez,
la de todos los días,
en el regazo enorme,
el de tú, mi última tranquilidad.


II

Que del silencio al ruido hay mil deseos
y tú eres el deseo,
tú que te quedaste a los 80 kilómetros por hora,
que peor tortura no merecías
que en la burla y el coraje baila el arrepentimiento,
el de los días nublados,
el de las marcas de tinta nube,
el de los orgasmos a la media noche,
los orgasmos a la media noche,
el de tú, mi última tranquilidad.

Pero callar no basta,
hace falta el verdadero silencio,
el que raspa decididamente las entrañas,
congestiona pensamientos,
anida el destino de la horrible predestinación,
el silencio que al querer volar
destroza los pechos con raíces,
como lombrices bailan y mastican este corazón.

Donde había gotas de sangre crecieron arboles,
y las raíces entrelazaron otro nombre,
otro rostro.
Donde había soledad crecieron arboles
y los frutos se cayeron insistentes
sólo tú sólo tú sólo tú
solo tu solo tu solo tu
cuando lo nublado se nublaba.


III

Del padre fue la música para distraer el hambre
y la madre dejó el hastío
para no tener otra cosa que hacer,
porque no la hay.

De la calle
los sorbos de tranquilidad a solas
y del alcohol los tragos del arrepentimiento.

Del tuyo tu rostro eterno ahí,
dejado en la piel, en el cosquilleo,
en un alzar la mirada y lamentar no ver más que estrellas.


IV

De la luna, serpiente, no se ha dicho nada, a menos que las azoteas sean lechos de fantasía, de lo contrario muertas en un inexplicable acto de civilidad, ante las cámaras, los veloces desafíos, los así llamados amigos, los que dejan su digital huella en el pergamino de la costumbre, sí, es eso, la maldita costumbre.

¿Pero los besos, no valen los besos? ¿será que también te han robado las preguntas para evadir y girar? La maquina no se cansa, es el corazón o palpitar el que aumenta, el que no se calla después de que dijo no y sí. Lo cierto es que nada se calla.

De no callar, que no se calla, ahí están las convulsiones del comportamiento. Que todo es para siempre a veces disfrazado de silencio, unas sonrisas, una masturbación sin dedicatoria, la rutina en trueque quizá por la inanición o la muerte. por qué dijo la madre al igual que el poeta: no hay otra cosa que hacer mas que lo irreparable, esperanzas en la sala de espera, y todo para no callar.


V

De viento en viento,
soplo o cosa parecida,
regresa el cabello casi dorado,
esa muñeca que olvidaste,
ese ojo que no vio más que un silencio que no era.

¿Qué hace falta para dejar la carretera por un día igual a todos los demás?
canjear los versos,
en cuarenta días no callar,
embustero de la enfermedad en cuarentena de silencio.
La noche por el abrazo,
el trago de delirio por contemplar el techo,
la diferencia
por eyacular sin miedo ni sentimientos de culpa,
el silencio por la sonrisa y el guiño seguro,
el pasado por futuro
teniendo en cuenta que el pasado es
y el futuro es.
La rutina del camino a la muerte con todo pagado
por cuarenta días para no callar.


VI

Serpiente, regresa
ahoga más de ruido el falso silencio,
lo sé,
para qué tanta poesía
si es la misma derramada como nube que derrama
gotas iguales a las gotas similares a las gotas
que se parecen a las gotas y que son mismas gotas.
Para qué poesía, tanta misma en ese terrible cyber aleph.
Lo único que verás, serpiente,
el reflejo de cadáver,
no pasado ni presente,
sino la desnudez de los huesos que implica
derramar versos y versos.
Para que poesía
si han pasado cuarenta días sin callar.

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